Murallas de unos 800 años: resistieron terremotos, pero ya no aguantan el olvido. |
Jorge Basadre/1 señaló cómo durante las primeras décadas después de 1821 poco realmente cambió. “Continuó la división de castas; si bien algunos españoles se retiraron a Europa, sus hijos peruanos fueron junto con los vástagos de la nobleza netamente criolla, los elementos más importantes de la vida de los salones”. Éramos una república solo en la letra.
Juan Luis Orrego/2, un historiador especializado en el primer centenario de la Independencia, sostiene que esa república terminó siendo mucho peor para los indígenas. “Por lo menos en la época colonial había una legislación que los amparaba, que protegía sus tierras comunales. Ahora, con la idea liberal de homogeneizar a toda la población como “ciudadanos”, los indios quedaron expuestos a las ambiciones de los más poderosos”.
Estas reflexiones se hicieron presente estos días después de un recorrido por los sitios arqueológicos de Lima Norte, materia del post de la semana pasada, pero también a raíz de una invitación a presentar un libro/3, producto de un proyecto vinculado a la Universidad de La Sorbona, en el que varios autores escribimos, desde distintas disciplinas, sobre la necesidad de recuperar la casona de Punchauca/4 de cara al 2021.
"Conferencias de Punchauca", el óleo se encuentra en el MNAAH. |
Desde un principio he sido un defensor de esa campaña porque se necesita un espacio físico de alto valor simbólico para tamaña celebración. Ahí, después de todo, se gestó la Independencia misma tras el fallido acuerdo entre San Martín y La Serna. Todo eso es cierto. Solo que hoy siento que podemos hacer más.
Esos vestigios del pasado a los que hacía referencia nos hablan, de una manera que no admite sutilezas, que en esa parte de Lima surgió civilización hace más de 4.000 años, y que desde entonces no hemos parado de crear, de pensar, de transformar.
Para mí esos vestigios, como los de otras partes del Perú, representan las raíces más profundas de una identidad que se fue enriqueciendo con el tiempo y que justamente en 1821, y el modelo de república que se gestó después, no solo fueron ignorados y destrozados: fueron vistos como algo ajeno al país que habíamos constituido.
Pero el tiempo, la demografía y la arqueología nos han demostrado que eso no era así. Hoy podemos darnos cuenta que esos testimonios del pasado nos siguen definiendo como nación. Y de ser así, ¿la puesta en valor de nuestros sitios arqueológicos no debería estar presente en el espíritu y acciones de cara al Bicentenario?
Huaca Culebras, Ventanilla. Una madre y sus hijos la recorren sin conocer su importancia. |
El Plan Bicentenario es un buen documento lleno de buenas intenciones. Ahí se señala el tipo de país que queremos ser al 2021: con buena educación, salud, vivienda, etc. Pero se olvidaron de los espacios físicos, tan importantes en toda celebración de esta magnitud y que materializan lo que podríamos llamar el alma de una nación.
La educación, la salud de calidad y todo lo que quiere conseguir el Plan están bien, son pasos necesarios, pero diría que no podemos darnos el lujo de volver a ignorar el pasado de este país y todo lo bueno que eso puede representar para su futuro.
La reciente experiencia de la Feria del Libro de Bogotá, donde Perú fue país invitado, resultó un absoluto éxito en gran parte por el esfuerzo sin precedentes del ministerio de Cultura, que envió una delegación de más de 60 intelectuales y artistas. Este bien merecido triunfo también sirvió para demostrar que cuando se quiere se puede.
Parte de Chivateros, unos 10.000 años de huella humana, es un basurero municipal. |
Por eso se necesitan mensajes claros. Mensajes del Ejecutivo, del Legislativo, de que el patrimonio importa. Porque por donde vayamos estos días nuestro patrimonio está en riesgo. En Cusco, se están levantando urbanizaciones sobre territorio intangible en Sacsayhuamán; las Líneas de Nasca parecen cada día más vulnerables al avance de traficantes de tierras; algo similar está pasando con la ciudad de Chan Chan al norte…
Pero la diferencia esta vez es que su protección y puesta en valor ya no es solo un tema de arqueología o de cultura. “Esos sitios son símbolos de la patria antigua”, me dijo alguna vez la doctora Inés del Águila. Y vaya si tienen ese poder en el imaginario de muchos peruanos.
Por eso creo que es bueno poner en el radar nacional el poder aglutinador y restaurador que puede tener nuestra riqueza arqueológica de cara al Bicentenario (no voy a insistir aquí en su valor económico). Su puesta en valor, al margen de lo que se haga en educación, salud y otros rubros, será también señal de que estamos haciendo un esperado esfuerzo de integración.
Una familia frente a una de las huacas del Parque de las Leyendas. |
Finalmente, soy de los que piensa que vivimos en un país que necesita sanar. Un país que necesita reconciliarse con su gente y con su pasado, porque parece mucho odio ha corrido en este tiempo. Lo que de cara al mundo es nuestra mayor riqueza, internamente lo seguimos viviendo con inexplicable confusión.
Por eso siento que nuestros sitios arqueológicos pueden cumplir ese papel de ayudar a restaurar a este país. A reconciliarnos de una vez por todas.
Un plan hacia el Bicentenario debería poder recuperar importantes sitios del pasado prehispánico. Lo digo porque siento, pienso y creo que ahí residen las raíces más profundas de una identidad definitiva, aquella que por tanto tiempo se nos ha mostrado esquiva.
De este modo, será posible conseguir que el 2021 más que un aniversario termine convirtiéndose en nuestra mejor oportunidad.
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Fotos: Javier Lizarzaburu.
Notas:
1/ “Perú, problema y posibilidad”, capítulo II.
2/ En el blog: “Los liberales, los indios y la República criolla”.
3/ Título del libro “Memoria Territorial y Patrimonial. Artes & Fronteras" Editores: Eric Bonnet, Francois Soulages, Juliana Zevallos Tazza Universidad Nacional Mayor de San Marcos – Universidad La Sorbonne.
4/ La casona de Punchauca (Carabayllo) fue declarada Patrimonio Monumental de la Nación en 1980 y Monumento Histórico en 1987.