'Qué extraña dinámica de ciudad tenemos', pensé esta mañana. La verdad que no recuerdo qué desató tan aburrido comentario, y en viernes, pero lo cierto es que en un segundo me pasé la película de todos los días: la queremos, la odiamos, la adulamos, la destruimos. Tenemos una relación conflictiva con ella.
Algo tiene que ver, sospecho, con que nos hayamos tomado 24 días para saber quién será la Alcaldesa. ¡24 días!
También tiene que ver con la contradicción manifiesta de cada día. Con frecuencia gente de clase media para arriba se queja de "la mala educación de esta gente".
Pero ayer que justo paré un taxi, no podía escuchar la tarifa del chofer por el escándalo que me armó con el claxon el auto de atrás.
Pero ayer que justo paré un taxi, no podía escuchar la tarifa del chofer por el escándalo que me armó con el claxon el auto de atrás.
Al levantar la mirada qué vi: una señora elegante, en su 4x4, diciendo con su actitud: 'mi tiempo es más importante que el tuyo, muévete'.
O el hecho de ver una guía gay de Lima que acaban de publicar. Bien! pensé. Estos días de globalización, la modernidad de una ciudad parece medirse por cuán abierta y viva es su cultura gay. Pero, claro, toda sensación de modernidad desaparece cuando ves el contenido.
El personaje central: un hombre europeo. Los hombres de adentro: todos blancos. El comic gay: un pata rubio. Y de pronto toda la modernidad se fue al traste.
Al igual que las páginas sociales de los diarios y revistas, donde hay alguien cuyo trabajo es 'filtrar' los rostros "para que tengan homogeneidad", me dijo un día una persona que hace esto para una de esas publicaciones.
Qué hay de malo con nuestras caras.
Y entonces, mientras tomo el primer café del día vuelvo a pensar, Lima no se acepta. Sin ánimo de ofender (porque vaya que nos ofendemos por todo), pero acá nadie quiere ser cholo.
"Ahora somos más gente", me dijo hace poco la psicoanalista Mati Caplansky, "pero el racismo no ha desaparecido. Se dice menos en presencia de otros, pero existe más fuerte", me aseguró.
Hace sólo un par de años asistí a la ceremonia ancestral que se hacía alrededor de la piedra de Taulichusco, en la Plaza Mayor un 18 de enero, que terminó en una trifulca por la intimidación de la policía. No me lo contó nadie. Estuve ahí.Y ese desencuentro con nuestras raíces genera estupidez. No saber quiénes somos ni de donde venimos genera una mala relación con la ciudad.
Un desgano de las autoridades para decirnos a los limeños: señores, blancos, cholos, negros o indios, todos tenemos un origen común, real o simbólico, que define la historia, la evolución y el crecimiento de esta ciudad por miles de años.
Cuatro mil, en realidad. Si empezamos a contar de los vestigios arquitectónicos más antiguos.
Que muchos migrantes no se sientan limeños no es natural. Es un fracaso de la ciudad a incorporar la tremenda energía que traen para salir adelante. Y esa es una de las funciones de una ciudad que se ve a sí misma como un foco de atracción. Aceptar, incorporar y crecer.
Pero Lima, a pesar de sus buenos cambios de los últimos años, sigue sin tener su cuento claro. Oficialmente sigue siendo 1535, pero en realidad es como vivir dentro de una persona con personalidad dividida.
Quizás a la próxima alcaldesa, más que ser gerenta, le toque ser psicoanalista y lleve a Lima al diván. Qué cosas contaría...