La montaña sagrada de Pariacaca, eje central de la narrativa. Imagen: Twitter. |
Lo que sucedió este viernes 26 de julio de 2019 fue más allá de una espectacular puesta en escena para inaugurar el evento deportivo más grande del continente. Fue el simbólico renacimiento de un país que dolía.
Dejo a otros colegas para que abunden en los incontables detalles que sorprendieron a más de uno y que estuvieron cargados de significado. Mantener el eje narrativo a partir de la montaña sagrada de Lima, y seguramente desconocida por muchos de los mismos limeños, sin duda fue un aporte.
Como también fue darle escenario global a la flor de amancaes, que no puede representar mejor a Lima, porque es la flor que recibe vida en el momento más duro y difícil del invierno. Esos momentos fríos, oscuros y húmedos son su fuente de vida, y contra todo pronóstico, va renaciendo.
Pero de lo que quiero escribir ahora es de esos rostros que hoy hemos proyectado al mundo: un país no solo mestizo, una frase que repetimos con demasiada facilidad y sin convicción, sino uno que recupera con seguridad sus raíces, que proyecta su potencial, que toma conciencia de su valor y originalidad.
Acepto que buena parte de lo que escriba aquí tiene el sello de agua de la emoción, porque me emocioné, sin duda. Pero también porque tenía dudas. Siendo a veces crítico con este tipo de espectáculos temía que terminaran haciendo lo que siempre se había hecho a la hora de representar el Perú y Lima.
Temía que terminaran caricaturizando el país, sus culturas, su historia: mira qué bonito bailan, mira qué colores. La mirada fácil, desde arriba. Y no, esto fue más que eso.
¿Con qué te quedas?
Si hay dos palabras que quedan conmigo son, y serán, Memoria y Respeto – dos ingredientes de los que este país siempre ha carecido pero que los productores del espectáculo supieron poner en su correcto lugar, con sensibilidad, con creatividad, con elegancia.
Caray, encima, qué elegante fue todo. Sin hacer uso de grandes despliegues tecnológicos, el mayor recurso aquí fueron los contenidos, las historias, nuestras historias, nuestro pasado, lo que somos. Y saber tejer esas historias, como nuestros textiles, requiere talento, cuidado, experiencia.
Me quedó la certeza que de manera muy simbólica se articuló un mensaje que dejó atrás un país temeroso, débil, inventado, para abrirle las puertas, con chicha, huacas y Pariacaca, a esta nueva nación de naciones que venía latiendo desde mucho antes.
El país que sentí este viernes era uno que recogía con orgullo todas sus herencias – indígenas, selváticas, europeas, africanas, asiáticas. Que no negaba ninguna, porque se sentía seguro, armonioso, dispuesto al mañana.
El país que vi, fue un país ancestral y moderno, innovador y espiritual, festivo e íntegro. Gente que es fruto de su territorio, en contacto con sus raíces, con sus distintos y plenos orígenes.
El país que se proyectó fue uno que muchos queríamos ver, donde nos sentimos representados, validados, aceptados y respetados en nuestra diversidad. Nunca más ese país del dolor, de la exclusión, del rechazo.
¿Que todo cambia a partir de hoy? No, el trabajo por delante todavía es arduo y difícil, pero hoy vimos el destino de lo que podemos ser. Ese es el país con el que me voy a dormir esta noche. Al que le deseo no dulces sueños, sino un gran mañana. Porque se lo merece.
Como he puesto en otras partes, si a lo largo de 5000 años hemos sido capaces de levantar algunas de las civilizaciones más fascinantes de este continente, cómo no ser capaces de despertar y levantar un nuevo país. Que estos Juegos sean memorables por todas estas razones.
Cierre simbólico: Cecilia Tait encendiendo al dios sol - pebetero Panamericano. Imagen: Twitter. |