viernes, 8 de marzo de 2013

LA PROSPERIDAD DE LAS CIUDADES


Justo cuando empezaba a creerme eso de que el crecimiento económico y la fiebre de la construcción eran buenos termómetros para medir la salud de la ciudad, viene Naciones Unidas y dice ‘para nada’.

Según el informe “El estado de las ciudades del mundo 2012-2013”, presentado ayer en México, tenemos seriamente que repensar las ciudades si queremos llegar al futuro con posibilidades. Los expertos de Naciones Unidas-Habitat se tomaron dos años para investigar 110 ciudades de 35 países, y una de sus principales conclusiones es que le damos un énfasis desproporcionado a la idea de prosperidad urbana, basada solamente en los índices de desarrollo económico.

Este tipo de desarrollo, argumentan, ha generado un incremento de las desigualdades entre ricos y pobres y, en el caso del ‘boom’ inmobiliario que afecta a la mayoría de estas ciudades, ha creado serios desequilibrios. Entonces, ¿dejamos de crecer? Lo que proponen parece sencillo pero termina siendo el reto más difícil: dejar de medir el bienestar por las cantidades y enfocarse en el ciudadano.

El ciudadano como el centro de las políticas y no la macroeconomía, como hasta ahora parece que sucede.

Para los autores del informe hay aspectos intangibles que tienen que ver con procesos holísticos y de inclusión que serán necesarios incluir cuando midamos cuán próspera es una ciudad. Y en un sitio como Lima, imagino, esto tiene mucho sentido. No solo por una cuestión de crear más puestos de trabajo sino, como decía la semana pasada, porque todos los limeños puedan sentir que esta ciudad es suya, que les pertenece, que tienen deberes como también derechos y que no deberían existir mecanismos invisibles que los excluyan y discriminen.

Estos aspectos subjetivos de bienestar, dice el documento, deberían aparecer en las cinco dimensiones que ellos proponen: una ciudad productiva (pero producción orientada a generar mayor igualdad); con infraestructura adecuada; que trabaje seriamente hacia una mayor inclusión social; que eleve los estándares de calidad de vida ciudadana (además de la educación y la salud, Hábitat considera también como fundamentales el uso y expansión de áreas verdes y espacios públicos); y la sostenibilidad ambiental.

En estas categorías Lima tiene un poco de todo. En cuanto a la productividad, el documento señala que nuestra ciudad es la que tiene los índices más bajos de desigualdad en América Latina. Esto porque el 50% de los ingresos de la capital provienen del sector informal, pero este dato por sí solo no habla de una Lima próspera.

Junto a eso, una abrumadora cantidad de expertos opina que la sostenibilidad medioambiental nunca ha sido una prioridad en la gestión de la ciudad. Las pocas iniciativas que se han dado son, en su mayoría, hechos aislados.

Entre las medidas más prácticas que aconsejan es que en cada ciudad se establezca un foro urbano multidisciplinario donde se discutan y analicen estas propuestas. Porque los resultados de un estudio de esta envergadura no debería quedarse en el cajón del burócrata. Debería tener impacto sobre la gestión de la ciudad. Y, de paso, beneficiarnos a todos.

Publicado en El Comercio: 26/9/12 
Foto: Lavozdevalpo.com

martes, 5 de marzo de 2013

ZONA DE DESPOJO

 
No pensaba escribir sobre esta experiencia pero no se quiso ir. Siguió empujando por ser expuesta, ventilada y exigiendo una voz. No fue un asalto ni una agresión. Se trató más bien de confrontar una estructura instalada en la mentalidad de un grupo social en la capital que termina haciendo daño. O más que eso. Termina quitándole futuro a la ciudad.

Sucedió hace unos días cuando fui a entrevistar a alguien que vive en uno de esos edificios muy caros de San Isidro. Acababa de anunciarme en portería cuando el guardián llamó al departamento y preguntó: “¿sube por el ascensor de servicio o el de visitas?”. Escuchar eso me sacó de cuadro de una manera brutal. Pude ignorar el incidente, como suele hacerse en Lima, pero decidí que podía contribuir aun debate que sigue vivo.

Obviamente, en la categoría mental que le habían transmitido al pobre hombre, gente como yo no tiene la misma legitimidad que los que viven ahí. Y el asunto es que no es un hecho aislado. Nos quejamos de lo poco amable que es la ciudad, pero cuál es el ejemplo que viene de los que se supone son los más privilegiados. Es un tema de ciudadanía compartida. Por eso quizá mi primera reacción fue mirar qué dicen en Internet sobre ese concepto, y lo que encontré coincidía con lo que había aprendido viviendo en el extranjero. Casi todo tenía que ver con reconocimiento, pertenencia, respeto.

No tuve que seguir leyendo para darme cuenta de lo poco de eso que existe en Lima. ¿Cómo podemos pedir una mejor ciudad si a cada paso le negamos la condición de ciudadano a los que viven aquí? ¿De verdad podemos construir una mejor ciudad cuando hay un grupo que se siente con el poder para excluir? Porque detrás de esas paredes estoy seguro que podemos encontrar muchas respuestas a los incidentes racistas que hemos vivido en los últimos meses. ¿Qué había pasado ese día?

Pasó que sin tener ningún control de la situación, por un instante fui despojado de mi condición de ciudadano. Alguien tenía el poder de decidir sobre mí. ¿Y todo por el color de mi piel? Que eso suceda en una Lima del siglo XXI parecía un ofensivo desfase histórico. Pero también es una tremenda falta de modernidad, porque Lima vive un momento de crecimiento económico y está buscando recuperar un espacio en el concierto de ciudades que la haga interesante, apetecible, competitiva.

Para conseguir esto, Lima necesita más que una rica comida. Necesita ciudadanos fortalecidos. Al negarle de manera cotidiana esta posibilidad a la gente, se la negamos a la ciudad misma. Yo me puedo defender y lo puedo denunciar aquí, pero que cada día una cantidad indescifrable de limeños atraviese experiencias que laceran su condición de ciudadanos es inaceptable. ¿Qué hacemos?

La autoridad de la ciudad puede hacer más para empoderar a sus ciudadanos. Las escuelas pueden hacer más para aterrizar a sus estudiantes. Las familias pueden hacer más. Todos podemos hacer más, y no es cuestión de tener otra ley. De repente es cuestión de soltar viejos estereotipos y aceptar a Lima por lo que es. Por lo que es hoy. Y dejarla brillar.

Publicado en El Comercio: 19/9/12