'Choléts' con iconografía prehispánica y contemporánea. El Alto, Bolivia. |
En este blog con frecuencia he cuestionado la pasividad de las autoridades ante el poco cuidado que existe por la integridad histórica y estética de una plaza o un centro histórico. Como es de esperar, algunos han opinado en contra. Pero una reciente visita a la ciudad de El Alto, en Bolivia y donde saqué estas fotos, me dieron una perspectiva nueva y muy singular sobre el tema.
Primero. ¿Qué opiniones eran esas? Básicamente que toda ciudad tiene derecho a evolucionar como le venga en gana, de manera natural. Que las ciudades crecen como pueden y que en el Perú eso hemos desarrollado: patrones urbanos que, nos guste o no, son auténticamente peruanos, y que deberíamos dejarnos de tonterías pensando que podemos ser como las ciudades europeas. Sencillamente, somos diferentes, dicen.
A esta opinión, se añade una paralela que dice que lo que cuenta es la gente que vive en esos lugares, que si a ellos les gustan sus vidrios polarizados o las formas extravagantes de sus edificios, tenemos que respetar todo eso. Que quién somos los otros para venir de fuera y decirles de la noche a la mañana ‘me quitan esto’. No podemos imponer nuestros gustos foráneos cuando ellos son los que viven ahí cada día. Bien.
Hasta ahí, la teoría me parece legítima. Y antes de responder específicamente a eso, permítanme hablarles de El Alto, y cómo esta visita cambió o reforzó, no estoy muy seguro, mi perspectiva sobre este asunto.
Para los que no lo conocen, El Alto es el equivalente boliviano de Los Olivos o San Juan de Lurigancho. Originalmente fue el lugar de las grandes migraciones del campo a la ciudad. Originalmente, también, fue uno de los focos de pobreza extrema. Hoy, El Alto tiene una población de casi un millón de personas y su gente, de mayoría aymara, se dedica al comercio, al transporte, la agricultura y ganadería. Y, tal parece, ahí están las raíces de su éxito.
El éxito económico es tal que están pasando a demostrarlo en los edificios que construyen (más abajo pongo un link para una galería de fotos más completa). En los últimos cinco años, sobre la carretera que sale de La Paz y que también es la avenida principal en esta zona, empezaron a aparecer edificios grandes, coloridos, completamente novedosos.
Según me explicó don Marcos Arce, un ex funcionario de USAID y conocedor del área, lo que llama la atención no solo es el decorado de la fachada. Es la funcionalidad del edificio mismo: el primer piso suele ser alquilado para negocios de todo tipo. El segundo y a veces el tercer piso, casi seguro, para salas de baile y eventos (en tremenda demanda).
El cuarto y quinto son departamentos en alquiler (cuando pregunté qué pasa con el ruido, me respondieron que para los que alquilan no es un problema). Y el detalle suele estar en el último piso: aquí, como instalado por helicóptero, aparece la casa del dueño del inmueble. Por lo general, en la forma de un chalet europeo. El símbolo final del éxito emprendedor, según me explicaron.
Los bolivianos empezaron llamando a estas estructuras de manera despectiva: los “choléts”, en referencia a sus dueños cholos. Hoy, tal parece, ellos mismos están incorporando este nombre que revela algo: su orgullo y una identidad recuperada. Identidad que se ve reflejada en los diseños con los que los decoran: chacanas andinas, cóndores, simbología prehispánica. Pero también elementos foráneos, como diamantes, leones y otros motivos.
El estilo incluye: negocios (piso 1), salón de baile (2), alquiler (3), cholet (4). |
Ahora bien, para volver a mi punto. ¿Qué me dijo esto? Me gustó. Me pareció sensacional. No tiene que gustar a todos, evidentemente, pero es original. Es, como dicen algunos, un desarrollo natural de una ciudad. Y admiro a El Alto, porque creo que eso le ha dado una identidad particular que los bolivianos harían bien en apoyar. ¿Cómo se vincula eso con mis alaridos de protección? De manera muy directa.
Para empezar, estos edificios no están en ninguna zona histórica. No compiten con nada. Tienen todo el derecho adquirido en esta nueva tierra. Donde están, están bien. Destacan. Frente a la catedral de Juli, por ejemplo, serían un estrepitoso e innecesario choque. Choque, porque perderían las dos propuestas.
Al ser complacientes con el crecimiento informal alrededor de plazas históricas y centros históricos lo que estamos permitiendo no es el natural crecimiento de una ciudad (aquí sí, miremos cómo lo hacen en otros centros históricos de América Latina, Estados Unidos y Europa). Estamos eliminando páginas de un libro único, rico, original e irrepetible.
Sobre la existencia de reglas específicas sobre qué se puede hacer y qué no, hablé con el arquitecto Jorge Ruiz de Somocurcio y “.....no hay ninguna legislación ad hoc que yo sepa. Más allá de la zonificación....”. Otro arquitecto, Wiley Ludeña, me indicó que “para el caso de ciudades históricas como Cuzco, Cajamarca o Arequipa existe una normatividad genérica (fachadas, letreros, alturas, etc.) que se aplican por extensión a las plazas”.
Templo del Sol, Pachacámac, en su momento de esplendor. Imagen: Alfio Pinasco. |
¿Creo que existe espacio en nuestra ciudad y en nuestro país para varias visiones de ciudad? Creo que sí. De un lado, podemos hacer más, fiscalizar más, demoler más, para conservar y mantener nuestras plazas, centros históricos y zonas arqueológicas, con criterios de armonía e integridad histórica.
Estos son espacios donde nuestra enorme creatividad debería quedar limitada al máximo, para permitirle espacio al pasado que nos hace diferentes. Fuera de estas “zonas rígidas”, debemos seguir recreando las formas más delirantes que queramos, como de hecho ya lo hacemos, y ser felices también en esa otra forma de singularidad.
Al final, como alguna vez escribió Melville, “es mejor errar de originalidad que tener éxito copiando”. No arruinemos toda la originalidad que todavía tenemos.
Hacer clic para ver album de fotos de los 'choléts'
Fotos: Javier Lizarzaburu
Horrible para Lima; tal vez en Puno o Cuzco les agrade; en cuzco no creo tampoco, en Puno puede ser.
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