Hasta ahora, la lectura de la encíclica papal dada a conocer hace unos días ha estado centrada en su aspecto más evidente: la ecología, entendida como el cuidado del planeta. Pero una segunda lectura nos lleva a un espacio más inmediato: nuestras ciudades. Qué estamos haciendo con ellas, cómo estamos recuperando calidad de vida, y qué papel desempeña su patrimonio cultural. Se trata de una visión que hasta ahora parecía el sueño marginal de unos pocos.
Un punto del documento “Laudato si, mi Signore” (Alabado seas, mi Señor), que toma el título de la invocación de San Francisco al inicio del Cántico de las Criaturas, un texto del siglo XIII, es la necesidad de reforzar la convicción de que no vivimos en compartimentos aislados; que compartimos un espacio común (planeta, ciudad, barrio), que es un espacio de todos, y la responsabilidad que eso conlleva.
Esta semana compartimos esos párrafos de la carta papal porque provienen de un respetado líder de opinión global; del jefe de una iglesia que congrega a más de 1.200 millones de personas; y porque existe un cierto consenso en que sus palabras vienen cargadas de una sabiduría poco común, que deberían apoyar nuestras reflexiones y decisiones.
El jefe de la iglesia Católica, el Papa Francisco, durante su presentación en el Vaticano. |
Al respecto, me pregunto qué impacto tendrán sus palabras. Cómo responderá la iglesia católica en el Perú, por ejemplo, propietaria de algunos de los mayores tesoros arquitectónicos y culturales de los últimos 500 años, que en su mayoría siguen cerrados a los ciudadanos.
O cómo reaccionarán los dueños de una gran cantidad de casonas y palacios virreinales y republicanos, de los cuales solo podemos intuir lo que existe dentro, puesto que igualmente, nos mantienen excluidos de lo sublime. ¿Es este un llamado para subir el telón?
También será bueno ver qué deciden alcaldes y autoridades de cultura frente a cientos de sitios arqueológicos de la capital, que hablan de una sabiduría humana de más de 4.000 años y cuya belleza yace agobiada por capas de tierra y de olvido. ¿Cómo queremos mejores ciudades si no sabemos responder a las herencias del pasado?
Evidentemente, las palabras del Papa van más allá y buscan generar un diálogo sobre un tema que, en algunos países, ha quedado a la deriva. Tenemos un deber y una obligación para construir mejores ciudades. Y esto va más allá de agua, luz y pistas. Necesitamos incorporar esta visión integradora en las decisiones que afectan la ciudad: monumentos, espacios públicos, áreas verdes.
Este blog agradece al arquitecto argentino Marcelo Magadan, en Buenos Aires, quien nos hizo notar este aspecto de la encíclica, y que nos envió una selección de párrafos que refieren -directa o indirectamente- al patrimonio cultural (arquitectónico, artístico, y urbano) y la necesidad de su conservación.
A continuación los párrafos más relevantes de la encíclica (la versión completa de la encíclica la puede leer aquí).
Fortaleza de Campoy, San Juan de Lurigancho, un gran testimonio del pasado en espera. Foto: Rolly Reyna. |
[143] Junto con el patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir.
Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. (…)
Es la cultura no sólo en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de repensar la relación del ser humano con el ambiente.
Sacristía, iglesia de San Pedro, una de las obras maestras del arte religioso virreinal, permanece cerrado a los ojos de la mayoría. |
Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas y que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar de encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio propio compartido con los demás. (…)
[156] La ecología humana es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. (…)
[215] En este contexto, « no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación estética y la preservación de un ambiente sano ». Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista.
Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. (…)
[232] No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano.
Por ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos.
A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva y se transmite. (…)