jueves, 30 de julio de 2015

Patrimonio: ¿hora de incluir todas las voces?

Continuidad en los valores: nuestra capacidad para construir, y 5.000 años que lo prueban. Caral. Foto: Andina.
¿Ha llegado acaso el momento de revisar nuestras nociones sobre lo que es patrimonio*? Y si lo hacemos, ¿nos daremos cuenta que muchas de esas ideas han quedado desubicadas frente al escenario actual de lo que constituye nuestra herencia? Más aún, ¿por qué importa esto?

Aquí la nota que intenta resolver esas preguntas y que publiqué en el suplemento de Fiestas Patrias de El Comercio este 28 de Julio. Salió bajo el título “Arquitectura de la Identidad”.

* La nota solo hace referencia al patrimonio edificado.
“Lima, entendida como ciudad milenaria, permite saber reconocer el cordón umbilical multicultural que nos define como nación”

Si algo nos define bien como país es una inmensa riqueza cultural, presente y ancestral. Sin embargo, fuera de las postales de promoción turística es una riqueza que se vive en conflicto, casi como un reflejo de la manera como vivimos la experiencia de nación.

O lo virreinal se percibe como superior a lo prehispánico, o lo prehispánico se presenta como inmensamente más legítimo. Los mismos esfuerzos de recuperación siempre parecen incompletos, insuficientes.

Para la Unesco el concepto de patrimonio es un concepto vivo, y ha ido evolucionando a lo largo del tiempo.

Según Agustín Azcárate, un experto español en este campo, “el nuevo concepto del patrimonio cultural aspira a recoger todas las voces de las generaciones que nos precedieron. El patrimonio arquitectónico es uno de los primeros y más fundamentales instrumentos del conocimiento y la experiencia histórica…”.

Y aquí un primer punto: ¿hemos conseguido una visión democrática de ese legado? En esa visión de lo que nos une, ¿están incorporadas todas las voces?


Celebración del Centenario en Torre Tagle, 1921. La noción de la herencia se vivió de manera excluyente. Foto: Lima la Única.
Es cierto que el cuento del origen de Lima en 1535, incompleto y excluyente, funcionó durante más de 400 años porque era la visión oficial y dominante, y también porque la identidad cultural era prácticamente única, fruto de ese periodo.

Pero la demografía primero y la arqueología después nos obligaron a revisar no solo la narrativa sino la manera de entender ‘lo nuestro’. En ese sentido, 1940 fue un año particular.

El censo daba para Lima una población de 650 mil personas. Es también la época cuando empiezan las grandes migraciones hacia la capital, y las familias tradicionales que habían habitado el Centro inician su propio proceso de migración.

Ese espacio abandonado terminó transformado en símbolo de nuestra historia e identidad.

Con el tiempo le llamamos Centro Histórico y después, a pesar de la transformación de Lima en una ciudad de casi diez millones, con identidades y procesos históricos diferentes, la versión oficial siguió insistiendo en un ‘patrimonio-madre’.

Y es un discurso que se hizo en exclusión de los otros legados: el prehispánico, el industrial, el popular... las otras voces.

Incorporar el legado prehispánico en una sola lectura de la ciudad.  Foto: MML.
Algo cambió con la campaña Lima Milenaria, patrocinada en su momento por este Diario, porque le dio legitimidad y visibilidad a un aspecto del patrimonio que hasta entonces se había gestionado como distinto, separado, y que en el nuevo contexto demográfico y cultural de Lima adquiría una dimensión necesaria.

Se trataba de incorporar esas otras voces en un solo relato de ciudad. Hasta entonces no existía un espacio común para integrar todas nuestras identidades, salvo quizás la gastronomía más recientemente.

Ampliar ese horizonte desde 1535 hacia atrás permitió definir una sola línea de tiempo, con 5.000 años de civilización.

Esto abrió el escenario del patrimonio y la identidad a otro horizonte porque nos permitía a todos, sea cual fuese el momento con el que nos identifiquemos, ser parte de un mismo cuento: ya sea que nuestro cordón cultural fuera indígena, español, africano, chino o lo que fuera.

Democratizaba el discurso y apuntaba a una nueva ciudadanía.

Y esa línea de tiempo que aglutina y reconcilia identidades - porque no se plantean en exclusión a ninguna otra - permite también revelar valores que nos definen como nación desde mucho antes de 1821.

Son los principios de la ‘patria antigua’, como señaló alguna vez la arqueóloga Inés del Águila. Valores que le dieron fuerza a sus sociedades entonces y que, curiosamente, nos siguen definiendo como sociedad hoy: su creatividad, su religiosidad, su adaptabilidad y resiliencia.

Ahí quizás reside el poder de vernos en una sola lectura de nuestros orígenes y procesos.

¿Y por qué importa? En este nuevo contexto que vivimos, donde nos hemos vuelto gente muy práctica, donde el presente parece vivirse sin visión de futuro, quizás no sea importante.

Pero algo es cierto: nuestra riqueza cultural nos seguirá definiendo de aquí al futuro. Y esa herencia no solo es un gran recurso para el desarrollo.

Es una manera de entendernos mejor como nación. Estamos a menos de seis años del Bicentenario y eso debería ser una oportunidad para revisar nociones, peldaños de construcción que nos lleven a un espacio más cómodo.

Un espacio para muchas voces.

miércoles, 22 de julio de 2015

Nueva York: a 50 años de un gran ejemplo

Penn Station, Nueva York, a poco de ser inaugurada en 1910.
En realidad esta historia empieza con un mal ejemplo. Es 1962 y se anuncian los planes para demoler uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la Penn Station, o la estación de tren de Pensilvania, una monumental estructura de principios del siglo XX.  Se trata de un mal ejemplo que terminó sirviendo de mucho.

La reacción de los ciudadanos a esta pérdida también fue una sorpresa y generó una nueva conciencia en temas de protección de patrimonio. 

Tanto así que dos años después, en 1965, se aprueba la Ley de Monumentos Históricos, considerada una de las mejores que existen. Y este año 2015 se recuerdan cinco décadas de ese momento que sirvió de ejemplo e inspiración para muchas otras ciudades y países.

Antes de pasar a la nota publicada por un joven periodista en esa ciudad, Alex Q. Arbuckle, y que he traducido para el blog, hay algo que me gustaría señalar.

Si bien es cierto que esto se consiguió por un activismo ciudadano, no lo es menos que el impulso determinante lo dieron personajes clave que pusieron todo su prestigio e influencia en favor de su patrimonio.

Uno de ellos fue Jackie Kennedy Onassis. ¿Cuánto le falta a Lima para tener su propia Jackie O?


Jackie Kennedy Onassis se convirtió en una de las mayores activistas por el patrimonio arquitectónico de su ciudad.
1910-1963: La destrucción de Penn Station /
La caída de un mártir de la arquitectura de Nueva York
Alex Q. Arbuckle

En 1910, cuando se inauguró la estación de tren de Pensilvania en Nueva York, el edificio fue ampliamente elogiado por su majestuosa arquitectura.

Diseñada en estilo Beaux-Arts y construida en granito rosa, su fachada lucía una imponente columnata.

La sala de espera principal, inspirada en los baños romanos de Caracalla, era el espacio interior más grande de la ciudad: una cuadra y media de largo, con enormes ventanas de cristal abovedadas, a una altura de 50 metros, sobre una cámara bañada por el sol.

Más allá, los trenes parecían salir de la roca para dejar sus pasajeros en un vestíbulo iluminado por un techo de cristal y acero en forma de un gigantesco arco.

Este paisaje puede sonar poco familiar para los residentes actuales de la ciudad, que conocen la Penn station solo como un miserable laberinto subterráneo.

La estación original llegó a atender a 100 millones de pasajeros al año durante su época de auge, en 1945, y a finales de la década de 1950 con la llegada de vuelos comerciales más baratos y la inauguración del Sistema Interestatal de Carreteras, el servicio de trenes se vio afectado.

Llegó el momento en que el ferrocarril de Pennsylvania no podía ni siquiera permitirse el lujo de mantener la estación limpia.


El interior de Penn Station, con toda su monumentalidad del Beaux-Arts.
En 1962 se dieron a conocer los planes para demoler el terminal y construir un lugar de entretenimiento, el Madison Square Garden, en la parte superior. La nueva estación de tren sería totalmente subterránea incluyendo lo mejor de la modernidad: aire acondicionado y luces fluorescentes.

Esto fue seguido de una ola de protestas pero el plan siguió adelante y Penn Station fue demolida.

La indignación fue un importante catalizador para el movimiento de preservación arquitectónica en los Estados Unidos. En 1965, se aprueba la Ley de Monumentos Históricos de Nueva York, la que ayudó a salvar la Gran Central Terminal, otra emblemática estación, y más de 30.000 edificios que se querían demoler. 2015 marca su 50 aniversario.

Desde la demolición de la antigua Penn station el uso de trenes ha aumentado diez veces. La nueva estación, una maraña de líneas de metro y tren de cercanías, es el terminal más transitado del país y está punto de reventar. Actualmente existen planes para renovarla y ampliarla, y restaurar un poco de su gloria original.

"Probablemente no seamos juzgados por los monumentos que levantamos,
sino por aquellos que destruimos”
Editorial del New York Times, 30 octubre 1963
La estación en 1963, cuando se concluían los trabajos de desmantelamiento y demolición.

Haga clic para ver la nota original en inglés
Fotos: del artículo original, menos la de Jackie Kennedy, de Google-images.

miércoles, 1 de julio de 2015

El poder de 200 y el desafío de Lima Milenaria

Tres guías sobre Lima, divididas por categorías históricas.  Aquí dos de las portadas.

Amigos, tengo gran satisfacción de celebrar la edición 200 de este blog porque se produce en un contexto de especial simbolismo: las 200 notas publicadas a la fecha coinciden con haber superado las 200,000 personas que las han leído, y esto en pleno camino al Bicentenario, que forma parte central de la siguiente etapa: las guías de patrimonio.  Ahí el desafío. 

Como la mayoría de los lectores de este blog sabe, en los últimos seis años he venido trabajando el tema de Lima y sus varias capas, desde la prehispánica y las que siguieron hasta hoy, con una visión inclusiva del patrimonio arquitectónico de la ciudad.

Los que me han acompañado en alguna de mis charlas habrán visto que siempre repito esta idea: el valor y la originalidad que nos da vivir en un lugar con un catálogo de arquitectura de más de 4.000 años. El asunto es cómo podemos valorar ese patrimonio si no lo conocemos.

De manera paralela, con el holandés Ronald Elward fundamos la editorial Limaq Publishing, con el fin de unir esfuerzos y conocimientos. Para los que no conocen su trabajo, Elward es un investigador y genealogista holandés cuyo trabajo sobre descendientes de reyes y emperadores inca en el Cusco se ha convertido en la mayor investigación hecha en el país sobre este tema.

En Holanda él tuvo a su cargo las principales publicaciones de arquitectura, como De Architect, y su interés en ese campo lo llevó a investigar y crear 16 rutas para caminar en Lima, a través de Lima Walks. Si leen los comentarios de los que han hecho estas caminatas en TripAdvisor, se sorprenderían con qué ojos ven a nuestra ciudad.

También incluye dos guías sobre Cusco. Esta es la propuesta en inglés.
Así que toda esa información acumulada de ambos lados, todos esos nuevos datos, unidos a nuestra particular manera de ver y sentir el patrimonio cultural peruano confluyeron en un proyecto que necesita ver la luz: publicar la colección Patrimonio del Bicentenario. Es decir, unas guías de arquitectura e historia, empezando con Lima y Cusco, a un precio asequible.

El contexto no puede ser mejor: estamos a menos de seis años del Bicentenario; tenemos un riquísimo legado cultural; somos cuna de civilización en el planeta; fuimos sede del mayor imperio que vio este continente; y aquí se desarrolló el barroco más glorioso de América. ¿La gran ironía? que fuera de guías de viaje, en el Perú no existen publicaciones de acceso popular que den cuenta de esta riqueza.

No es una exageración. Cualquier persona que quiera conocer sobre su patrimonio arquitectónico no tiene otra opción más que invertir en alguno de los magníficos libros de mesa, que sí existen. Por eso nuestra propuesta: unas guías de formato ágil, con buena fotografía, textos originales y, en especial, bajo precio.

En producirlas ponemos todo nuestro interés, rigor y curiosidad. Queremos que la gente se sienta inspirada con su patrimonio, y lo que buscamos ahora es la persona, empresa o fundación que apoyen este sueño patriota.

En una primera etapa son cinco guías: dos de Cusco (inca imperial y colonial), y tres de Lima (prehispánica, virreinal, independiente). Hasta ahora hemos recibido muchos espaldarazos de palabra de autoridades y empresas, pero nos falta encontrar ese compromiso contante y sonante, y por eso me tomo la libertad de hacer la invitación por esta vía.

Así que aprovechando este significativo número 200, hago público nuestro proyecto y lanzo este desafío compartido. La colección Patrimonio del Bicentenario necesita uno o varios padrinos que crean en nuestro vasto legado, y en la necesidad de darlo a conocer. Así que ahí va…

Portada de la guía dedicada a arquitectura del periodo Inca imperial.