Continuidad en los valores: nuestra capacidad para construir, y 5.000 años que lo prueban. Caral. Foto: Andina. |
Aquí la nota que intenta resolver esas preguntas y que publiqué en el suplemento de Fiestas Patrias de El Comercio este 28 de Julio. Salió bajo el título “Arquitectura de la Identidad”.
* La nota solo hace referencia al patrimonio edificado.
“Lima, entendida como ciudad milenaria, permite saber reconocer el cordón umbilical multicultural que nos define como nación”
Si algo nos define bien como país es una inmensa riqueza cultural, presente y ancestral. Sin embargo, fuera de las postales de promoción turística es una riqueza que se vive en conflicto, casi como un reflejo de la manera como vivimos la experiencia de nación.
O lo virreinal se percibe como superior a lo prehispánico, o lo prehispánico se presenta como inmensamente más legítimo. Los mismos esfuerzos de recuperación siempre parecen incompletos, insuficientes.
Para la Unesco el concepto de patrimonio es un concepto vivo, y ha ido evolucionando a lo largo del tiempo.
Según Agustín Azcárate, un experto español en este campo, “el nuevo concepto del patrimonio cultural aspira a recoger todas las voces de las generaciones que nos precedieron. El patrimonio arquitectónico es uno de los primeros y más fundamentales instrumentos del conocimiento y la experiencia histórica…”.
Y aquí un primer punto: ¿hemos conseguido una visión democrática de ese legado? En esa visión de lo que nos une, ¿están incorporadas todas las voces?
Celebración del Centenario en Torre Tagle, 1921. La noción de la herencia se vivió de manera excluyente. Foto: Lima la Única. |
Pero la demografía primero y la arqueología después nos obligaron a revisar no solo la narrativa sino la manera de entender ‘lo nuestro’. En ese sentido, 1940 fue un año particular.
El censo daba para Lima una población de 650 mil personas. Es también la época cuando empiezan las grandes migraciones hacia la capital, y las familias tradicionales que habían habitado el Centro inician su propio proceso de migración.
Ese espacio abandonado terminó transformado en símbolo de nuestra historia e identidad.
Con el tiempo le llamamos Centro Histórico y después, a pesar de la transformación de Lima en una ciudad de casi diez millones, con identidades y procesos históricos diferentes, la versión oficial siguió insistiendo en un ‘patrimonio-madre’.
Y es un discurso que se hizo en exclusión de los otros legados: el prehispánico, el industrial, el popular... las otras voces.
Incorporar el legado prehispánico en una sola lectura de la ciudad. Foto: MML. |
Se trataba de incorporar esas otras voces en un solo relato de ciudad. Hasta entonces no existía un espacio común para integrar todas nuestras identidades, salvo quizás la gastronomía más recientemente.
Ampliar ese horizonte desde 1535 hacia atrás permitió definir una sola línea de tiempo, con 5.000 años de civilización.
Esto abrió el escenario del patrimonio y la identidad a otro horizonte porque nos permitía a todos, sea cual fuese el momento con el que nos identifiquemos, ser parte de un mismo cuento: ya sea que nuestro cordón cultural fuera indígena, español, africano, chino o lo que fuera.
Democratizaba el discurso y apuntaba a una nueva ciudadanía.
Y esa línea de tiempo que aglutina y reconcilia identidades - porque no se plantean en exclusión a ninguna otra - permite también revelar valores que nos definen como nación desde mucho antes de 1821.
Son los principios de la ‘patria antigua’, como señaló alguna vez la arqueóloga Inés del Águila. Valores que le dieron fuerza a sus sociedades entonces y que, curiosamente, nos siguen definiendo como sociedad hoy: su creatividad, su religiosidad, su adaptabilidad y resiliencia.
Ahí quizás reside el poder de vernos en una sola lectura de nuestros orígenes y procesos.
¿Y por qué importa? En este nuevo contexto que vivimos, donde nos hemos vuelto gente muy práctica, donde el presente parece vivirse sin visión de futuro, quizás no sea importante.
Pero algo es cierto: nuestra riqueza cultural nos seguirá definiendo de aquí al futuro. Y esa herencia no solo es un gran recurso para el desarrollo.
Es una manera de entendernos mejor como nación. Estamos a menos de seis años del Bicentenario y eso debería ser una oportunidad para revisar nociones, peldaños de construcción que nos lleven a un espacio más cómodo.
Un espacio para muchas voces.