Patrimonio industrial: la fábrica Fabra i Coats, convertida en centro cultural. Ver la foto de abajo, cómo era el edificio antes de la transformación. |
Este es un resumen de las entrevistas que hice con las dos principales autoridades de protección de patrimonio y que publiqué el año pasado. La versión completa la podrán encontrar en el link de abajo. Uno de los puntos clave en esta tarea es la de contar con una serie de beneficios económicos que permitan la protección. Pero para llegar a este punto, hace falta la visión. Algo que en Lima todavía no tenemos. Por eso en esta nota me enfoco en lo segundo.
Entrevista con JORDI ROGENT, Jefe del Departamento de Patrimonio Arquitectónico del Ayuntamiento de Barcelona.
Para Rogent, patrimonio “es uno de los testigos fundamentales de la trayectoria histórica y de identidad de una colectividad. Los bienes que lo integran constituyen una herencia insustituible, que hay que transmitir en las mejores condiciones a las generaciones futuras”.
Trabajan en toda la ciudad, no solo el centro histórico...
Es que Barcelona es la suma de todas sus partes: su casco antiguo y otros cascos antiguos más populares, y porque en toda la ciudad hay elementos que proteger.
¿Y con qué instrumentos cuenta para hacer su trabajo?
Básicamente la ley 9/93 del Patrimonio catalán, que define los niveles de protección de los edificios; los diez planes especiales de protección (que tienen fichas que explican qué se protege de cada edificio y cómo se tiene que actuar); y las visitas a los edificios y las reuniones con los técnicos que hacen los proyectos.
¿Cuál es para usted la clave para una protección exitosa?
Tener documentos (los planes de protección) claros y conocidos por propietarios y técnicos; que cada uno sepa qué se puede hacer y qué no, y el conocimiento que llegamos a tener del edificio. Son bastantes visitas a la obra (antes del proyecto y durante las obras) y horas de reunión durante la realización del proyecto.
¿Desde cuándo se legisla aquí la protección de patrimonio?
En 1956 se aprobó la Ley del Suelo, que fue la primera ley moderna de urbanismo, y en 1962 Barcelona fue la primera ciudad española en aprobar el primer catálogo, que es una lista de edificios que no pueden ir al suelo por su valor arquitectónico o su valor histórico.
¿Sigue vigente?
Tenía sus limitaciones, porque protegía algunos edificios pero no el conjunto, y estaba desvinculado del proceso de crecimiento urbano. Luego, en los años 70, hubo una fiebre de construcción y fue un momento clave porque la ciudad estaba indignada al ver la pérdida de sus edificios más emblemáticos. Esto ayudó a crear conciencia de que era necesario mantener la memoria histórica.
¿Qué pasó?
En 1979 se revisó el catálogo, y en el 92 se hizo uno nuevo. De manera que pasamos de unos 800 edificios con una protección u otra a prácticamente 4.000.
¿Solo aumentó la cantidad?
No, cambiaron varias cosas. Una muy importante fue no mirar tanto los edificios de uno en uno sino mirar un tema de conjunto, donde quizás cada uno de los edificios por sí solos no tiene mucho valor pero sí que estén uno al lado del otro.
¿Y por qué eso es importante?
Porque es la imagen que tienen los vecinos, lo que han visto toda su vida. La misma Unesco y el Consejo de Europa consideran que mantener la imagen que la gente tiene del entorno donde ha vivido es un valor histórico. Si tú has estado toda la vida viendo una plaza, unas tiendas, aquello forma parte de tu patrimonio intelectual. Entonces se protege a veces edificios sin mayor valor arquitectónico pero que pueden representar algo importante para un pueblo.
Pero habrá los que digan: los tiempos cambian, la gente muere, para qué preservar...
Es un trabajo permanente de ir buscando el equilibrio, porque no se tiene que mantener todo pero tampoco se tiene que derribar todo.
¿Qué es lo prioritario: el crecimiento o protección?
En algunos casos prevalece uno y en otros, el otro.
No debe ser un trabajo fácil…
Para nada. Por un lado tenemos que pelearnos con vecinos y asociaciones muy proteccionistas, y con empresarios que quieren derribar todo. Pero la historia es dinámica, la ciudad se tiene que transformar, y yo creo que este es el eterno dilema de la protección.
¿Qué le da a una ciudad y a sus habitantes que se pueda proteger su patrimonio?
En Europa, el tema del recuerdo de nuestros antepasados es algo muy asumido. Y haber sabido compaginar esto con el turismo que viene a ver ese pasado es un éxito. Además, si tenemos todo bien restaurado es un señuelo para que venga más gente y gaste más. Entonces, poder articular turismo y patrimonio es muy importante. Aparte del valor sentimental que tienen los lugares para sus habitantes, porque eso hace que la gente viva más tranquila, más feliz.
La fábrica catalana antes del proceso de recuperación y transformación. |
“HAY QUE TOMAR EN CUENTA EL VALOR EMOCIONAL DE UN EDIFICIO”
Joan Closa Pujabet es jefe del Servicio de Patrimonio Arquitectónico de la Diputación de Barcelona. Él tiene responsabilidad sobre la provincia de Barcelona, con 311 municipios y cada uno está obligado por ley a proteger su patrimonio.
“Una ciudad puede conseguir un equilibrio entre memoria y desarrollo. Aquí en España hay estudios que señalan que para la inversión en patrimonio edificado, por cada euro invertido revierten 17 euros en beneficios (turísticos, de servicios…). La identidad no pasa por cuestiones nacionalistas. Pasa por el arraigo sentimental: por la iglesia donde mis padres se casaron, donde bautizaron a mi abuelo, un edificio que he visto toda mi vida. Esa es la identidad. Ese es el patrimonio. El valor emocional de los lugares, de los edificios, tiene que ser tomado en cuenta. Y en eso intentamos trabajar aquí. Proteger esta herencia de todos pasa por la sensibilización y por la escuela, para que los niños sepan desde el principio que lo antiguo también es bueno. La situación ideal es llegar a un punto donde no tengas que justificar ni luchar por proteger”.
Haga clic para ver la versión original de esta nota
Fotos: Google
No hay comentarios:
Publicar un comentario