Es revelador ver cómo reaccionamos cada vez que nos ofenden en público. La ofensa, claro está, es como la belleza: está en el ojo del que lo ve, o en el corazón del que lo siente.
La semana pasada, la cadena de noticias CNN dio a conocer en su página web una lista de las 10 ciudades más odiadas del planeta… y Lima estaba ahí. La misma página aclara que no se trata de las peores ciudades sino de lugares que tienen algo que molesta al viajero de manera consistente.
A tres horas de publicada la nota en un medio local, más de 70 personas habían comentado y la guerra se había desatado. “¡Que se vayan!”, gritaba alguien que no aguantó la injusticia. “Lima es linda, ¿ya?”, exclamaba otro, abrumado por la ceguera mundial.
El asunto es que aun cuando decimos que la queremos, no sabemos decir por qué. Es más. Los que sí se animaban salían con algo del tipo: “me encanta su panza de burro”; “me gustan las ciudades grises y húmedas”; “sí, es fea y qué”.
No tenemos idea de por qué queremos a Lima. ¿Tenemos razones para quererla? O son las razones de los pocos, que la mayoría no conoce o no entiende.
En todo caso, las razones de los turistas no (necesariamente) tienen que ver con las de los limeños. ¿De qué nos acusaban?
De ser una ciudad aburrida, insegura y difícil, por lo cerrada que es al visitante. Una semana antes, la misma cadena había publicado su lista de las 10 ciudades más queridas, así que hice un ejercicio de comparación entre lo que los turistas adoran de algunas de esas urbes y la actitud que veo en Lima.
Nueva York, por ejemplo, es la tercera ciudad más visitada del planeta y ahí, Times Square y Central Park son los sitios preferidos. ¿Qué tienen en común? Son lugares públicos. Diseñados para el deleite de todos. ¿Qué hacemos en Lima? Levantamos muros, creamos lugares exclusivos o cerramos parques que antes eran públicos, para cobrar por un espectáculo que en una de esas ciudades sería gratis.
Tokio ocupa el primer lugar, y la gente dice apreciar su originalidad y no necesariamente su belleza. El que llega a Tokio recibirá una sobredosis de rompedura de esquemas, y parece que eso gusta: sus excesos de neón, sus luchadores de sumo o sus ‘raros’ restaurantes.
Lima tiene todos los ingredientes para ser un lugar original. Sin embargo, cuando vendemos la ciudad ocultamos su autenticidad. O a la diversidad le damos un toque extranjerizante.
En el tercer lugar figura Santiago de Chile... y, bueno, a la gente gusta su emplazamiento andino, sus ‘bares sexy’, sus buenos cafés y estaciones de esquí no muy lejanas.
Cierto o no, ocupa un tercer lugar. Es verdad. Esta lista no es exhaustiva ni tiene valor científico, y seguramente su compilación está llena de errores.
Sin embargo, una y otra vez, cuando se habla de la percepción de Lima hay elementos que se repiten.
Los turistas se dan cuenta de que aquí hay algo que no cuaja. Que no termina de estar bien. Lima tiene un problema. ¿Pero es de imagen o de realidad? Espejo, espejo…
Publicado en El Comercio: 20/6/12
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