Al
ver caer a nuestros compatriotas por 4-2 en el estadio Centenario recordé mi
visita al lugar hace unos meses. Había ido a Montevideo a averiguar por qué
eran felices los montevideanos.
Cada
vez que sale una lista de ciudades con mejor calidad de vida en América Latina
esta pequeña urbe, de un millón y medio de habitantes y solo un terremoto en su
haber, siempre figura entre las tres primeras.
De
más está decir que su estadio me pareció una estructura de lujo. Algo
despintado, y una que otra parte de capa caída, pero la integridad de su diseño
se imponía por sobre las pequeñeces estéticas.
También
me llamó la atención cómo se parecía al nuestro. Al anterior, claro está. Había
una diferencia de unos 20 años entre ambos. El uruguayo había sido construido a
principios de los años 30 y el nuestro, después. Cuando levantamos el Nacional,
el estilo art déco seguramente ya había pasado de moda pero no por eso había
perdido elegancia.
Y
el José Díaz también tenía de eso: de integridad, de armonía, de prestancia.
Pero a lo que iba. Es cierto que ‘calidad de vida’ significa varias cosas para
cada uno. En general, más allá del acceso a servicios básicos, está vinculado
con la sensación que se tiene respecto a temas de cohesión social, pertenencia,
acceso a espacios públicos.
En
mis recorridos por las calles encontré montevideanos de todas las edades que
hablaban de lo mucho que querían a su ciudad. Y lo hacían con una convicción
que solo acentuaba mi curiosidad, porque también hay limeños que dicen querer a
Lima y el momento que les preguntas por qué, se hace el silencio.
Entre
sus respuestas, con frecuencia se referían a un lugar importante para ellos: la
rambla, que es como llaman a su malecón. Un malecón enorme y larguísimo a donde
van todos ya sea verano o invierno. Cuando averigüé sobre la rambla
montevideana resultó que, aunque no fuera obvio, había sido uno de los grandes
proyectos de inclusión urbana que sus alcaldes habían diseñado hacía más de 100
años.
¿Cómo?
transformando un lugar que era inadecuado para el paseo, en uno lleno de
jardines, arte, centros de esparcimiento. Todo con el fin supremo de que
sirviera a todos.
Me
resultó increíble que 100 años después un ciudadano pudiera sentirse agradecido
por tener algo así. Otro factor de felicidad al que se refería la gente era la
sensación de vivir en un lugar donde se aspira a la igualdad.
Y
bueno, seguramente que hay una larga tradición de factores que han contribuido
a esa sensación. Como el haber tenido intendentes (alcaldes) comprometidos con
la continuidad del proyecto de ciudad.
En
esa visión, me imagino, a nadie se le ocurriría modernizar un estadio como el
Centenario. Respetan mucho a su gente y su ciudad como para imponer algo así.
Si acaso, levantarían otro, mucho mejor, en un lugar diferente. Es el mensaje
de las acciones. ¿Qué mensaje me da nuestro estadio? Uno poco feliz. Lo veo
sucio, barato y sin acabar. Y me recuerda que la felicidad va más allá de un
partido de fútbol. Y que los limeños nos merecemos más que un gol.
Publicado
en El Comercio: 13/6/12
Foto:
citio.blogspot.com
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